Una fuente de malentendidos y, consecuentemente, de conflictos entre personas es la creencia de que el cuerpo puede expresar con total fidelidad los estados internos propios o de los demás.
Si bien conocer a alguien puede darnos pistas sobre qué significa una mirada o un gesto suyo, sólo la palabra puede garantizarnos el comprender con cierta precisión qué le pasa o qué quiere comunicarnos esa persona en un momento puntual.